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Mi amada Marina, mi querida Clarisa;

Cronológicamente, esta esla carta que te escribo al final. Se dio así, simplemente. Tomé prestadas palabras de Eurípides, Trista Mateer, Taylor Jenkins Reid y Anne Sexton, para decir una cosa más bien simple; te amo. Amo todo de ti, cada parte. ¿Por qué es tan difícil hablar de lo que se siente tan claro? Si me preguntan sobre mi opinión sobre trivialidades puedo hablar por horas y horas -esto tú ya lo sabes-, pero basta con preguntarme sobre las cosas más profundas para que me quede sin palabras, sin poder encontrar el manojo de letras necesario para decirlo, para escribirlo o vocalizarlo. Te amo.

¿Pero qué es ese amor? Son palabras que parecen vacías, un gesto suelto en el aire, como todo este regalo, que no se sostiene por sí solo en el día a día. Cuando tenemos los días bonitos, es fácil confiarme y pensar que estará así para siempre, pero ¿qué es el amor sin esfuerzo? Sin intentarlo día a día un poco más. Pero no te voy a marear con eso, más adelante hay una conclusión mucho más certera que las divagaciones que puedo plasmar aquí.

Te quiero, te quiero, ¿por qué te quiero? Lo he dicho antes. Te quiero porque eres maravillosa, sin más. Y eres maravillosa porque tienes mil mundos en la cabeza, porque eres comprensiva y compasiva, porque eres dulce. Porque tienes tanta pasión dentro que se te escapa por los poros y eso se nota; la pasión por lo que haces. Pido al Cielo que el miedo nunca la opaque, porque es esa pasión una cosa preciosa, que no todo el mundo tiene, ni cuida, ni cultiva. Vas a ser una maestra increíble, y ya eres una escritora excepcional. Con la pasión que se derrama de tus escritos, hasta los que me entregas no muy convencida, los que no te parecen "suficiente" son tan irremediablemente tuyos, tan vivos. No puedo evitar sentirme fascinada, ¿seré algún día como tú? No es un secreto que te admiro, lo he dicho antes. ¿Sabías que Doris Dana llamaba "mi maestra" a Gabriela Mistral? Me parece una cosa bonita, la de usar la profesión para profesar la admiración por la mujer que se ama.

Eres la criatura maÅ› preciosa que existe sobre la tierra.

Y no, no eres perfecta. Tampoco tienes que serlo, tampoco quiero que lo seas. Porque te amo así, sin más, y no quiero que cambie nada de ti para empezar a amarte, pues ya lo hice. Cuando dices cosas malas de ti, ya sea porque las has escuchado muchas veces, las estás diciendo sobre la mujer que amo. Te amo, y eres preciosa e increíble tal y como eres.

Cada día a tu lado, como tu amiga, como tu novia, ha sido una bendición. Y agradezco cada decisión trivial que me trajo a ti, como el evento más preciado en mi vida.



Te quiere:

Mistral, el nuevo seudónimo de tu Gael.




Para Clarisa, de Mistral